He recibido el Premio Rey Juan Carlos de Economía con alegría, con agradecimiento, y con mucha humildad. La alegría y el agradecimiento van mezclados, por la magnitud del galardón, que lleva el nombre del Rey de España, por su cuantía, que se debe a la generosidad de don José Celma Prieto, y por el fundado y general prestigio de mis antecesores. La humildad se debe a la conciencia de las limitaciones de mi persona y de mi obra, que me parecen desmerecer ante los motivos de alegría que acabo de mencionar. Lo único que me consuela en mi confusión ante la posibilidad de recibir un galardón desproporcionado a mis méritos es la reconocida competencia de los miembros del comité que lo ha concedido. «Quizá —me digo en mis momentos de optimismo—, si no se han equivocado, como es evidente, en las ocasiones anteriores, es posible que algún fundamento haya tenido la presente decisión.»