La última conferencia económica de Ginebra, de tan magros resultados, y los “planes” de distintos países han puesto al orden del día el tema del desarrollo económico. Se habla y se escribe, mucho más que antes, en todos los tonos, de importantes objetivos a alcanzar: de creación de riquezas, de reactivación de las economías nacionales, de tecnificación de la agricultura, de modernización de las comunicaciones, de reabsorción de la mano de obra ociosa, en fin, de revitalizar la producción general, elevar el consumo y asegurar en los países, ahora llamados “subdesarrollados”, un más alto nivel de vida.
Tales objetivos pueden ser fácilmente enunciados pero no concretamente alcanzados. Si “la naturaleza no camina a saltos”, tampoco pueden alterarse por decreto las etapas del lógico desarrollo económico sin tener en cuenta las reales posibilidades materiales, técnicas, financieras y culturales de cada país.