Soy, lo confieso, uno de los escépticos sobre la Nueva Historia Económica Institucional. En términos generales, nada tengo que objetar al aspecto económico. ¿Quién podría tenerlo? La idea de que las tasas de beneficios marginales privados y sociales han de converger como condición necesaria para el crecimiento económico no es exactamente una idea novedosa, no digamos ya polémica, al menos en los círculos especializados. Pero hasta ahí llega aproximadamente mi coincidencia. Con excesiva frecuencia, me temo, el componente histórico de la empresa es bastante débil. Pregunten a un medievalista sobre el libro de North y Thomas, Rise of the Western World y es probable que la respuesta sea una mirada perpleja; eso con suerte. Sin ella, es posible que te obsequie con algún comentario pintoresco sobre «historia que realmente existe», o, si es más compasivo, con una simple negativa. Yo he tenido experiencias de esa índole con los análisis sobre los comienzos de la historia de América Latina. Mi predilecta atañe a un historiador económico español (sin nombres, por favor) que respondió a un trabajo sobre la encomienda mexicana —explicada como resultado de una estrategia de maximización por parte de la Corona española— con la muy coloquial exclamación en inglés: «You're kidding!» (¡Estás de broma!»). Pues no, el autor no lo estaba, pero tampoco lo estaba la revista que lo publicó. Así pues, seamos sinceros al respecto. Puede que fuera economía histórica, pero historia económica, desde luego, no era.