Published online by Cambridge University Press: 09 May 2023
Conocí a Manuel Vázquez Montalbán, mi Manolo, nuestro Manolo, en 1957. Dieciocho años él, yo apenas diecisiete. Fue durante los exámenes de ingreso para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo, en el entonces semiabandonado ex convento de Santa Mónica, al fondo de las Ramblas. Los exámenes eran duros, los profesores gente muy rara —sólo luego pudimos apreciar las virtudes recelosamente escondidas de unos pocos, y cito entre todos a Néstor Luján— y los futuros estudiantes no nos mirábamos ni bien ni mal. Pero él a mí sí me miró: no sólo era una chica de buen ver, a esa edad es fácil, sino que llevaba entre manos un libro que marcó de inmediato nuestra amistad y, sin lugar a dudas, nuestras vidas futuras: Calígula, de Albert Camus. No sé cómo se me ocurrió llevarlo conmigo, un texto a malas penas consentido sino prohibido del todo. Pero es que entonces no sabíamos caminar sin un libro al lado, cuya portada se exhibía brevemente como en busca de complicidades, de “contactos furtivos”. Este episodio inspiró a Manolo un poema, “Pablo y Virginia. Boceto de una novela neo-romántica”:
En el marco
de una ciudad que no lee
a Camus
Pablo y Virginia
se encuentran de la mano
de Calígula
los paseos entre acacias
los paquebotes rodeados de gaviotas
el barrio gótico
propicia
el amor adolescente
pero lúcidos
no se prometen más que la defense
por encima del tiempo y del espacio⦠(Memoria y deseo 99)
Por encima del tiempo y del espacio. Y así fue. Paseábamos siempre por las Ramblas, por el puerto, soñábamos con el rompeolas, el Barrio Gótico era nuestro escondrijo. Yramin la gótica —yo me llamo Myriam— sabe algo de ello. Y paseábamos no sólo para hablar casi siempre de poesía —muy poco a poco nos fuimos revelando políticamente— sino porque pronto descubrimos que los profesores no venían casi nunca a clase y que el deporte preferido de los varones estudiantes consistía en censar y dar caza a las ratas, enormes, que habitaban los espacios del entonces sórdido edificio. La cosa me daba una rabia tremenda, porque bajaba muy de mañana del barrio de San Gervasio con la quimera de aprender algo, y aún no me daba cuenta de lo que ya estaba aprendiendo con Manolo.
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