El terreno en el que se arraigan las películas argentinas alegóricas de infancia abarca, además de la historia nacional y de sus símbolos convencionales, una red abundante de tradiciones artísticas articuladas en torno al personaje infantil. No se pretende aquí estudiar el conjunto de estas tradiciones susceptibles de haber alimentado y seguir alimentando la narración de la infancia en el cine argentino contemporáneo, sino más bien insistir en una tendencia narrativa particularmente relevante como antecedente de las películas consideradas y que pone en juego las nociones de alegoría, nostalgia y melancolía que han sido introducidas teóricamente.

Cronológicamente, los primeros géneros narrativos que dieron un lugar clave al personaje infantil en América Latina fueron, en la literatura, la autobiografía y el relato de colegio (desde el siglo XIX), y, en el cine, el melodrama (desde la década de los treinta). Estos géneros comparten con la novela de aprendizaje varios rasgos pertinentes que los vinculan con las películas de mi corpus, rasgos que me propongo revisar brevemente, adoptando una visión genérica de conjunto.

Paralelamente a la figura alegórica del niño-ciudadano, desde los años cincuenta – con Los olvidados de Luis Buñuel(1950) –, otra figura infantil, el niño de la calle, se ha convertido progresivamente en un paradójico icono del cine latinoamericano, resultado híbrido de las influencias del neorrealismo italiano, de la práctica del montaje según Serguéi Eisenstein y del melodrama. Esta tradición, de inspiración parcialmente documental, se opone, en principio, a la narración alegórica clásica, pero me referiré a ella al final de esta segunda parte, en el análisis de la película Buenos Aires viceversa (Alejandro Agresti, 1996), que retoma dicha figura y le da un posible sentido alegórico.