Published online by Cambridge University Press: 11 January 2024
Escuchad atentamente
Hasta el fin desde el principio
(…)
Que yo soy por mis pecados
De aquellos que aqueste siglo
Arrojó para poetas
Entre truenos y granizo.
Romance satírico anónimo.—¿Qué silencio es este? —gritó don Tello desde la iglesia— ¿No hay nadie en esta ermita?
—Mi amado tío, ¿aquí estoy yo?
—Gracias al cielo, don Felipe, que oigo la voz de vuestra hija; subamos corriendo, ¡hola, sobrina! ¡No tienes mala lumbre! ¡Qué tarde infernal! ¿Has llegado buena?
—Sí, señor.
—¿Y el ermitaño?
—Él y su ama Leonarda estaban aquí cuando vine, me dieron de comer y encendieron el fuego, mas después se han ido a no sé dónde.
El cielo entonces se había ya despejado, y parecía, según la diafanidad de la atmósfera, que no había habido la menor tempestad; solo se escuchaba el sordo murmullo de los mil torrentes que continuaban llevando al río Genar sus fangosas aguas; ataron los criados los caballos entre las ruinas de un antiguo edificio que estaba junto a la ermita y aún conservaba parte de su techumbre, y ellos mismos acomodáronse allí del mejor modo posible; se calentaron y enjugaron los recién venidos, y después empezó a hablar don Tello.
—No puedes comprender, mi querida sobrina, el pesar inmenso que hemos traído por el camino sin saber de ti; descansábamos con la halagüeña esperanza, como en efecto ha sucedido, de encontrarte aquí sana, salva y bien obsequiada por el padre Silvestre.
‘Si supieran’, dijo para sí doña Elvira, ‘lo bien obsequiada que he sido’. —No sé por dónde te escabulliste; yo te seguía de bien cerca, cuando mi caballo metió una mano entre dos peñas, y quedó inmóvil sin poder sacarla; bajéme, di voces que te detuvieses, pero nadie me respondió; envié tras ti a un ballestero, mas este sin duda se extravió, o se ahogó, pues no lo hemos vuelto a ver; entretanto, llega tu padre con los demás amigos, y merced a su ayuda pude salir de mi apuro; ya estábamos a un cuarto de legua de aquí; aún me parece que te vi entonces subir la cuesta de Benameda, cuando don Sancho dejó acercar mucho su caballo al borde de un derrumbadero, fuéronsele los pies, y los dos cayeron; la bestia se hizo mil pedazos;
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