Published online by Cambridge University Press: 11 January 2024
Y es que traigo yo mis carnes
Asomadas a mi ropa
Más delicado de capa,
Que de estómago una monja,
Que los dedos de los pies
Por el zapato se asoman
Como tortuga que saca
La cabeza por la concha,
Que cómo de arrebatiña
Que soy gavilán de ollas
Y que sola mi conciencia
Es la que come a mi costa.
(…)
¿Pues cómo, si lo sabéis
Me pedís en larga prosa
Dineros…?
Quevedo, Musa Thalía.Después de escuchar tan amarga historia, acostose doña Elvira; pero inquietas cavilaciones apartaron el sueño de su lecho; los puntos de contacto que aquella anécdota tenía con su actual situación la agitaban sobremanera.
—Tengo al menos en mi desdicha —exclamó para sí— el suave consuelo que es incapaz mi amorosa tía de permitir se me violente en lo más mínimo.
Con tan poderoso amparo endulzáronse un poco los pesares de la amable joven; pero tenía una profunda espina clavada en el corazón, y que lo destrozaba de contino; se le figuraba, oía de repente el funesto estampido de los arcabuces, y ver en la plaza de la ciudad a un brillante escuadrón de moros, y correr la sangre a mares, y desplomarse los edificios, y el ferí al frente de todos… Pálida, fatigosa, hervía su pecho, y la misma muerte fuera más apetitosa para ella que la situación en que se hallara. ¿Y a quién confiar sus penas? ¿Cómo desviar de Ronda este rayo asolador? Si estuviese en la ciudad su tío… Si hablar pudiera de nuevo con Abenamet… ¡Ah!
—Quizás —decía entusiasmada—, quizás está en mi mano la salvación de millares de infieles. ¿Y yo, tranquila e inocente, no acorreré a socorrerlos?
Quizás yo pueda domellar aquel irritado pecho… Quizás… ¿Pero cómo hacer…? Don Sancho tiene infinidad de defectos… Pero debo aventurarlo todo para salvar a mi patria.
Más largas hubieran sido sin duda sus reflexiones; pero interrumpiolas la madre vicaria, que le dijo que un caballero quería hablarle en el locutorio, y que, estando ocupada la abadesa, iba a acompañarla si gustaba bajar; lo hicieron en efecto, y encontrose allí a don Sancho Nuño.
—Diréis, mi amada doña Elvira, que es muy de mañana para visitar damas, y en especial si están en conventos.
—Por el contrario, aquí nos levantamos temprano.
—¿Qué tal? ¿Os vais ya acostumbrando a la vida monástica?
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