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La estructura del cenáculo: Las redes intelectuales ante la literatura latinoamericana

Published online by Cambridge University Press:  19 December 2022

Adriana Rodríguez-Alfonso*
Affiliation:
Universidad de Salamanca, Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana, Facultad de Filología, Salamanca, España
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Resumen

El siguiente artículo analiza el estado actual de la perspectiva de redes intelectuales, especialmente en el cruce con los estudios literarios en América Latina. Partiendo de sus primeros trabajos, discute las mentadas estabilidad y transdisciplinariedad del campo de estudio, proponiendo un corpus de referencia para las estructuras de sociabilidad literaria. Posteriormente, el artículo revisa críticamente los tópicos, métodos y restricciones, así como las actuales indeterminaciones conceptuales y metodológicas, que sugieren que este es aún un campo en construcción. Finalmente, se proponen algunas ideas novedosas que podrían contribuir al desarrollo interdisciplinario del campo, extendiendo las potencialidades y ventajas de esta perspectiva a los estudios de literatura latinoamericana.

Abstract

Abstract

The following article analyzes the current state of the intellectual networks approach, especially its intersection with Latin American literary studies. The article discusses the so-called stability and interdisciplinarity of this field, suggesting an essential corpus when it comes to literary sociability structures. Moreover, the article critically reviews some of the present topics, discussions, and restrictions of this theoretical framework, in addition to other methodological and conceptual ambiguities, which demonstrate that this is still a field in progress. Finally, it states new ideas regarding intellectual networks perspective, which can lead to promoting interdisciplinary development of the field, expanding the advantages and achievements of this approach to Latin American literature studies.

Type
Interventions in Latin American Studies
Creative Commons
Creative Common License - CCCreative Common License - BY
This is an Open Access article, distributed under the terms of the Creative Commons Attribution licence (http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/), which permits unrestricted re-use, distribution and reproduction, provided the original article is properly cited.
Copyright
© The Author(s), 2022. Published by Cambridge University Press on behalf of the Latin American Studies Association

Obertura

Pero el lenguaje de sectas y comunidades reducidas es propicio a la creación poética.

—Octavio Paz, El arco y la lira

En su introducción a Redes intelectuales en América Latina: Hacia la constitución de una comunidad intelectual, Eduardo Devés-Valdés (Reference Devés-Valdés2007, 29) afirmaba que “la noción ‘redes intelectuales’ se ha transformado en un constructo teórico utilizado sistemáticamente para entender la evolución intelectual del continente”. Así, el académico chileno no solo diagnosticaba en 2007 que esta perspectiva contaba con un marco epistemológico instituido y procedimientos afianzados, sino que su espectro de aplicabilidad resultaba también abarcador, asumiendo como “intelectual” al amplio rango de agentes vinculados al conocimiento: desde las microsociedades científicas, hasta los entramados integrados por sociólogos, politólogos, artistas o escritores. Footnote 1

Sujeto a diversas formulaciones, el concepto de redes intelectuales puede definirse como las interrelaciones dadas entre un conjunto de personas abocadas a la producción y difusión del conocimiento, ya sea científico o cultural, las cuales se intercomunican a lo largo del tiempo. En el área de la literatura, estas redes intelectuales comprenden el circuito tanto de los actores intervinientes en la creación literaria —los escritores, pero también el círculo de traductores, editores, agentes culturales, críticos y lectores, que garantizan la circulación y recepción de las obras—, como los canales o medios por los que los libros se producen, visibilizan y difunden —como las obras impresas, pero también las revistas, manifiestos, sellos editoriales, blogs literarios o redes sociales internáuticas. Todo ello examinado, además, bajo las particulares condiciones históricos inherentes a escribir, difundir y leer desde la periferia subcontinental latinoamericana.

En el contexto específico de América Latina, la historia de la consolidación de los estados nacionales, así como de las primeras manifestaciones culturales originales, no puede escribirse soslayando las transferencias generadas por el asociacionismo intelectual. A partir de la relevancia de publicaciones periódicas, clubes, círculos literarios, u organizaciones de beneficencia (Sabato Reference Sabato and Myers2008, 389), las interconexiones entre los intelectuales latinoamericanos cristalizaron en “microcomunidades”, que sirvieron de plataforma a los proyectos reformistas, o la articulación de las esferas públicas tras las independencias, deviniendo “puestos avanzados de la civilización” (Lempérière Reference Lempérière and Myers2008, 245–246). Por todo ello, la perspectiva de redes intelectuales dotó, en principio, de un marco epistemológico al estudio de las formas de comunicación entre los paladines del saber, sirviendo no solo a la creación de estados e identidades regionales, sino a la explicación de movimientos y tendencias estéticas, la descripción de climas culturales concretos, así como la estructura y tomas de posición adoptadas por figuras y textos en el campo artístico, perfilando poéticas y tendencias estéticas no como resultado de la acción de figuras aisladas, sino como consecuencia gradual de la formulación y circulación tanto local como global del conocimiento, de la mano de grupos culturales, cenáculos, revistas o manifiestos colectivos.

En ese sentido, a pesar del carácter eminentemente literario del trabajo considerado fundacional para esta perspectiva en Latinoamérica, Footnote 2 su devenir, tal y como se analizará posteriormente, ha privilegiado derroteros menos estéticos, reajustando las herramientas y propósitos del análisis, y llegando a rozar el inagotable debate sobre quiénes se inscriben en la categoría de intelectual, o la pregunta sobre desde dónde posicionarse respecto a su acusada extinción contemporánea. Aún más, las particulares condiciones de enunciación de los estudios de redes intelectuales producidos desde América Latina instan a considerar pautas de diferenciación respecto a otras geografías —especialmente las producidas desde el Norte Global—, amén de sopesar sus limitaciones actuales y posibilidades futuras.

Por todo ello, tomando como punto de partida la afirmación de Devés-Valdés, el propósito de este trabajo es emprender, en primer lugar, una revisión crítica de las aproximaciones de redes intelectuales en un ámbito específico, los estudios de literatura latinoamericana, perspectiva que, si bien cuenta con más de veinte años de praxis, se presenta aún sujeta a continuas reformulaciones que cuestionan las antes enunciadas “sistematicidad” y “completitud” del enfoque. En segunda instancia, el artículo persigue debatir el estado actual de esta área de investigación, atravesada, según se evidencia, por limitaciones metodológicas, temáticas o diacrónicas, entre otras, para posteriormente postular en las conclusiones algunas propuestas que contribuyan a la redefinición de sus objetos de estudio, amén de sus actuales herramientas teóricas y empíricas, en busca de ampliar simultáneamente su especificidad y transdisciplinariedad como subdisciplina. Este trabajo está motivado por la ausencia de un estudio que reúna el corpus disperso de artículos, prólogos o textos introductorios sobre el tema y, de forma más apremiante, por la existencia de un vacío crítico en lo referente a un análisis de estos materiales, dado su habitual carácter o bien sucinto, o bien meramente orientativo, o bien sesgado por las tomas de partido de los autores según escuelas o geografías concretas, lo cual obstruye la posibilidad de una visión holística y actualizada del estado del campo, y por ende imposibilita un examen objetivamente crítico de las diferencias y deficiencias del área en América Latina.

A consecuencia, las páginas siguientes examinan, primeramente, los orígenes de esta aproximación en un marco concreto: el de los estudios sobre la producción y circulación eidética, delineando un corpus de investigaciones representativas cuando esta entronca con la literatura. Posteriormente, se evalúan ciertos tópicos y debates desarrollados allí, caracterizando un campo que se perfila activo, pero aún en construcción. Luego se examina críticamente el estado de salud de esta área, focalizando sus principales restricciones, así como su relevancia en la aproximación de figuras, textos y canales estéticos, de cara a su prospección investigativa, proponiendo finalmente alternativas epistémicas innovadoras que podrían delinear fructíferos derroteros para esta área de investigación.

Intercomunicaciones, religaciones y coaliciones: La articulación de un campo

La noción redes intelectuales es oriunda de las ciencias sociales, proviniendo inicialmente del concepto de redes sociales. Durante las últimas décadas del siglo XX, esta fue apropiada por ciertas ramas de la historia, como la historia intelectual o la historia de las ideas, restringiendo entonces el amplio espectro de los actores sociales a un grupo socio-profesional concreto: los intelectuales. Esta prehistoria del concepto es relevante porque ilumina parcialmente el porqué del privilegio de lo sociopolítico por sobre el de la literatura per se en estudios recientes, amén de que determina la metodología y alcance de este enfoque. Así, esta perspectiva debía haber adoptado los métodos estructurales de la sociología, Footnote 3 y heredado de la historiografía la delimitación de los atributos, actores y tejidos sociales que le interesan: Footnote 4 la tríada conformada por ideas, intelectuales y medios, nutriéndose además de disciplinas como las ciencias políticas, la historia cultural o la teoría de la literatura, según el caso.

En los estudios latinoamericanistas, la apropiación de la perspectiva relacional ha transitado un proceso gradual. No es hasta los años dos mil que la perspectiva de redes cala, si bien una parte de la crítica rastrea sus antecedentes autóctonos en la “transculturación” de Fernando Ortiz, o en la “heterogeneidad” cultural de Antonio Cornejo Polar (Fernández Bravo Reference Fernández Bravo2011, 210). Footnote 5 Más o menos ajustadas, lo cierto es que la tradición se inicia explícitamente con el término intercomunicación empleado por Ángel Rama en la década de los ochenta, la cual sería retomada por autores posteriores hasta derivar en el concepto de red. Footnote 6

Lo que Rama (Reference Rama1983, 8) denomina “intercomunicación” define los lazos supranacionales entre los intelectuales del modernismo, aunque aludiendo no a las interconexiones personales, sino a los enlaces entablados entre las revistas del período. Aunque no aspira a la conceptualización, el tejido conectivo que el pensador uruguayo considera “primera manifestación de integración de las literaturas del continente” (Rama Reference Rama1983, 12) adelanta rasgos propios de las redes, tales como el circuito de citaciones, prólogos y homenajes transfronterizos entre las figuras del movimiento. Poco menos de una década después, Susana Zanetti introducirá en 1994 el vocablo “religación” a manera de continuidad de las investigaciones de Rama, para mostrar, esta vez sí, los enlaces postnacionales entre los autores modernistas. A pesar de que las publicaciones periódicas continúan siendo allí la forma primera de la comunicación, se adicionan encuentros, lecturas recíprocas e intercambios epistolares, así como la coincidencia de ciertos emplazamientos urbanos como parámetros globalizantes. Footnote 7 En ese sentido, aunque Zanetti (Reference Zanetti1994, 489) prioriza esos lazos como “agentes de integración”, también introduce las polémicas como expresión religadora, en tanto vías para articular bandos o sectores enfrentados, una consideración que, a nuestro juicio, permite lanzar puentes con la teoría de los campos de Pierre Bourdieu.

Los trabajos de Rama y Zanetti se concentran en las ideas estético-ideológicas, abordando de forma ancilar los canales por los que estas se materializan y disponen su sintaxis. Así mismo, es significativo que en su artículo Zanetti (Reference Zanetti1994, 509) se lamente de cuán “fastidioso [es] diseñar en detalle esta red de vínculos y vericuetos”, denotando no solo dónde radica el objeto de sus análisis, sino también cuán escasa relevancia tiene aún en la década de los noventa el abordaje sistemático proveniente de la teoría de redes sociales. Footnote 8 Por ende, no se rebasa el tratamiento metafórico de la red entre actores e instituciones, descartando que estas actúen como una estructura donde la ubicación, la jerarquización, la densidad de los vínculos, además de la estabilidad o duración del sistema, adquieren valor propio —es decir, desatendiendo valores sociológicos productivos en las redes como densidad, centralidad, centralización o intermedialidad.

Josefina Ludmer (Reference Ludmer1999) introducirá también la noción de “coalición cultural” en El cuerpo del delito: Un manual, emparentada a simple vista con las cultural formations de Raymond Williams, y que algunos autores sitúan en la genealogía de las redes intelectuales latinoamericanistas (Fernández Bravo y Maíz Reference Fernández Bravo and Maíz2009, 11; Zó Reference Zó2011, 204). Sin embargo, contrario a esos autores, en nuestra opinión este libro no debería incluirse en la historia regional de las redes porque lo que Ludmer (Reference Ludmer1999, 49) entiende por “coalición” es el “tejido de conversaciones” que tematizan el crimen a fines del siglo XIX en Argentina. Es decir, en lugar de los enlaces artísticos o interpersonales, la intelectual argentina alude a un corpus de textos conectados a la “escritura del delito”, enmarcados, además, en unas circunstancias históricas concretas: las producciones de la “Generación del 80” argentina. Aunque ciertamente existen afinidades con la perspectiva relacional, tal y como sucede con la dimensión supranacional y diacrónica de la coalición, o la superación de conceptos como el de “generación”, que rebasa “las líneas nacionales y temporales habituales” (Ludmer Reference Ludmer1999, 15), ese circuito parece acercarse más al hipertexto de Gerard Genette que a los entramados de sociabilidad. Nuestro argumento se sustenta también en una entrevista realizada a Ludmer años después, donde ella esclarecerá que la categoría solo había sido pensada para describir el específico contexto de la alta cultura argentina, cancelando su posible traslación a otros períodos y latitudes (Dalmaroni Reference Dalmaroni2000, 15–16). Con ello, estaría acercando entonces sus “coaliciones culturales” a aquellas “relaciones literarias” enunciadas décadas atrás por el español Ernesto Mejía Sánchez, que si bien impulsaban a pensar hípervinculado, carecían de una metodología distinta a la de los tradicionales análisis intertextuales. Footnote 9

No es hasta que Eugenia Molina (Reference Molina2000, 402) focaliza el tejido social del romanticismo argentino en el 2000 que se emplea por primera vez el concepto de “red intelectual” en los estudios literarios, definida como “un conjunto de lazos que vinculan a los miembros de un mismo sistema social a través y más allá de las categorías sociales y los grupos cerrados”. Ese acercamiento se nutre abiertamente de la teoría de redes sociales, algo en lo que Molina insiste, prefiriendo explícitamente la perspectiva relacional en detrimento de la atributiva, así como recurriendo al metalenguaje correspondiente de las ciencias sociales. Footnote 10 El efecto sobre la exégesis literaria de este préstamo transdisciplinario es, a nuestro parecer, evidente en lo que respecta a la funcionalidad de la red, pues si bien los estudios previos se concentraban en los beneficios integracionistas latinoamericanos, Molina focalizará también la satisfacción de necesidades personales de ayuda y asistencia como móviles para la cooperación, sin por ello adoptar la perspectiva instrumentalista cuestionada al análisis de redes sociales, sopesando en igual medida los factores afectivos, estéticos-ideológicos e incluso etarios que sirven de aglutinantes a los grupos artísticos. En consecuencia, el examen de Molina arrojará hallazgos novedosos sobre el movimiento romántico argentino, como la preeminencia de Juan Bautista Alberdi gracias a su intermedialidad, o el papel de la red en el reconocimiento de Sarmiento.

Al mismo tiempo, el trabajo de Molina se interesa más en los flujos ideológicos y en el contexto socioeconómico que en las premisas ideo-estéticas de la Generación del 37. Lo singular es que será esta la perspectiva más emulada por los trabajos posteriores, relegando a un segundo plano la instrumentalidad propia de las ciencias sociales. Por ello, podemos considerar su trabajo como germen de la línea subsecuente, donde las redes intelectuales se atornillarían mayoritariamente a la agencia política de los actores, focalizando su papel en el cambio social en detrimento del ejercicio artístico o incluso de la producción de conocimiento. Footnote 11 Tal lectura, que entre otras motivaciones puede sustentarse en el íntimo pacto entre pensamiento y movilización política en América Latina, tenderá a encerrar la intelligentsia en el rol único del “intelectual orgánico” gramsciano; Footnote 12 orientación esta que, aunque con excepciones, dominará los estudios de redes posteriores, abocados a la unidad regional que ya se anunciaba en Rama.

En el caso particular de la literatura, entre los trabajos sueltos posteriores se encuentran, por ejemplo, la investigación de Margarita Merbilhaá (Reference Merbilhaá2012), acerca de la relevancia que la convivencia parisina, entendida como “anclaje territorial”, tuvo para autores como Rubén Darío, Amado Nervo, Manuel Ugarte, o Enrique Gómez Carrillo en la consolidación de relatos identitarios continentales comunes y la autonomía cultural de sus propios espacios nacionales. Siguiendo la estela de Rama y Zanetti, también Claudio Maíz (Reference Maíz2011, 89) establece semejanzas y contrastes entre la red del romanticismo argentino en el exilio y la del cosmopolitismo modernista en Buenos Aires y Montevideo, a partir de la tríada conformada por “lugares, medios y lazos comunes”.

Aunque notablemente más interesados en los flujos políticos, también Eduardo Devés-Valdés y Ricardo Melgar Bao (Reference Devés-Valdés1999) auscultan la red arielista y la fraternidad teosófica de forma continental durante las primeras décadas del siglo XX. Desde una óptica similar, atendiendo esencialmente a su trascendencia cívica, Hugo E. Biagini (Reference Biagini2002, Reference Biagini2008) revisa en dos artículos distintos las redes estudiantiles cono-sureñas que devendrían estructuras de reforma universitaria y enfrentamiento político. Otro artículo emparentado con esta perspectiva será publicado por Melgar Bao (Reference Melgar Bao2009), quien rastrea los entramados sociales de partidos comunistas centroamericanos, en diálogo con el terreno educativo y la justicia social.

Estos artículos iniciáticos, algunos de los cuales hemos comentado someramente, han sido seguidos de un número modesto de volúmenes en su mayoría de naturaleza compilatoria. El libro Redes intelectuales y formación de naciones en España y América Latina 1890–1940, por ejemplo, compendia un grupo de trabajos sobre el papel de los intercambios regionales y transoceánicos de la intelligentsia en la conformación de las comunidades imaginadas nacionales (Pérez Ledesma y Casaús Arzú Reference Pérez Ledesma2005). Marta Elena Casaús Arzú, una de las editoras del libro precedente, ha escrito también junto a Teresa García Giráldez (2005), Las redes intelectuales centroamericanas: Un siglo de imaginarios nacionales (1820–1920), prolongando el interés por el estrechamiento de los lazos intelectuales y la política regional, centrado en el positivismo y el espiritualismo, o los orígenes del panamericanismo o el panhispanismo. Desde un enfoque similar, Eduardo Devés-Valdés (Reference Devés-Valdés2007) en Redes intelectuales en América Latina. Hacia la constitución de una comunidad intelectual recopila un conjunto de trabajos suyos sobre algunas de las constelaciones ya comentadas —la arielista, la teosófica—, a las que se incorporan, entre otras, las relaciones trasatlánticas entre los intelectuales españoles y latinoamericanos tras la Guerra Hispano-Estadounidense y la independencia de Cuba (Pío Baroja, Miguel de Unamuno o Ramón María del Valle-Inclán, así como Alfonso Reyes, Ricardo Rojas, o José Enrique Rodó, del otro lado del océano).

Más motivados a entender a los intelectuales como un cuerpo móvil no solo ideológico-público, sino también de reforma estética, en Episodios en la formación de redes culturales en América Latina, compendiado por Álvaro Fernández Bravo y Claudio Maíz (Reference Fernández Bravo and Maíz2009), se localizan seis artículos que debaten el modernismo y los movimientos vanguardistas, concentrados, por ejemplo, en el circuito de interrelaciones generado por revistas como la venezolana El Cojo Ilustrado, o la argentina Sur. Una antología de ensayos posterior editada por Alexandra Pita González (Reference Pita González2016), Redes intelectuales transnacionales en América Latina durante la entreguerra revisita nuevamente las primeras décadas de la pasada centuria, estudiando las constelaciones universitarias y militantes, pero también otros sistemas relacionales de raigambre literaria, como los intercambios generados por la revista Ulises en México —fundada por Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, antecedente de la emblemática Contemporáneos—, amén de los análisis de la Revista de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, o la Revista Cubana, impulsada por José María Chacón y Calvo, por mencionar los trabajos allí reunidos que abordan fenómenos literarios.

Esta relativa abundancia de investigaciones sobre la etapa de formación y consolidación nacional ha coexistido con una llamativa exigüidad de la segunda mitad del siglo XX, reflejando una de las principales limitaciones del área como veremos en la próxima sección. Aunque basta un vistazo brevísimo a la historiografía literaria latinoamericana para detectar allí entramados de sociabilidad entre escritores, estos apenas han sido explorados desde la metodología de redes. Footnote 13 Amén de algunos trabajos incluidos en los libros anteriores, excepcionalmente el volumen Redes intelectuales: Arte y política en América Latina, editado por María Clara Bernal (Reference Bernal2015), inspecciona a través de más de una decena de artículos no solo los albores del siglo, sino también gran parte del período de Guerra Fría arribando hasta la década de los ochenta. Footnote 14 No obstante, como su rúbrica sugiere, el eje privilegiado es el cruce entre política y arte, dominando, además, las artes plásticas en detrimento de la literatura.

Por último, el libro Escrituras en tránsito. Revistas y redes culturales en América Latina, editado por César Zamorano Díaz (Reference Zamorano Díaz2018), constituye quizás uno de los proyectos colectivos más reciente en el estudio de los entramados ideo-estéticos durante el siglo XX, teniendo como foco explícito las publicaciones periódicas de orientación artística. El volumen no solo se aproxima al ya habitual entrecruzamiento entre cultura y construcciones identitarias o políticas subcontinentales, sino que aglutina en su última sección trabajos acerca de campos culturales, corrientes literarias, en los que se analizan revistas como Almanaque, Ciclón, o Letra y Línea, así como un corpus de medios chilenos firmado por Pilar García, único trabajo que traspasa la línea cronológica de los años ochenta. Siguiendo las disposiciones de su editor, para quien las revistas —y las redes que allí se gestan— son “aparatos culturales” que participan en los “procesos que dieron fruto a tendencias e ideas políticas y teóricas, campos culturales, cánones literarios y problemáticas de corto o largo alcance” (Zamorano Díaz Reference Zamorano Díaz2018, 12), esas investigaciones rastrean problemáticas de naturaleza literaria, como la poesía coloquialista en Argentina, la estética de lo grotesco en Cuba, o la crisis de la representación y el realismo en Argentina, un escenario que convierte la compilación editada por Zamorano Díaz en una de las más fructífera en la confluencia entre redes y estudios literarios. Compilaciones como Exposiciones en el tiempo. Revistas latinoamericanas del siglo XX, coordinada por Verónica Delgado y Geraldine Rogers (Reference Delgado and Rogers2021) y, especialmente, Revistas y redes en la conformación del campo intelectual latinoamericano (2021), editado por Ivette Lozoya López y César Zamorano han seguido directrices similares. Footnote 15

Las redes intelectuales a discusión: Diferenciaciones, disensos y límites de una perspectiva en construcción

Ahora bien, una historia de los intelectuales latinoamericanos, ¿podría centrarse sólo en el papel político de las élites culturales?

—Jorge Myers, La ciudad letrada, de la conquista al modernismo

Si retomamos los comentarios previos acerca de la orientación primordialmente política otorgada a las redes intelectuales, podríamos afirmar que este cariz señala una diferenciación frente a compilaciones semejantes del Norte Global como, por ejemplo, los volúmenes Transnational Intellectual Networks: Forms of Academic Knowledge and the Search for Cultural Identities (Charle, Schriewer y Wagner Reference Charle and Schriewer2006) o Transatlantic Intellectual Networks, 1914–1964 (Bak y Mansanti Reference Bak and Mansanti2019), de los ámbitos germánicos y estadounidense respectivamente. Así, un estudio comparativo exhibe que el foco político, verbigracia, no es elemento indispensable en esas compilaciones, amén de que, especialmente en la primera, el ámbito socio-profesional privilegiado allí es el académico, de forma que se sigue una definición de intelectual vinculada más a la institución universitaria que a la participación político-social en la esfera pública, contrario a lo que prima en Latinoamérica. Footnote 16 Además, el examen contrastivo revela que el énfasis de los centros no-hispánicos recae en cuestiones menos abordadas en la perspectiva de redes de la región, como el giro trasatlántico de la segunda antología, el cual singularmente aborda los intercambios entre Europa y Norteamérica, incluyendo solo excepcionalmente a América Latina en el mapa del otro lado del océano. Así mismo, lo que se privilegia ahí es una circulación e intercambio epistémico que se asume bidireccional y que se presume igualitario (“the cross-border factors and flows of people, cultures and ideas”; Bak y Mansanti Reference Bak and Mansanti2019, x), a diferencia del carácter profundamente asimétrico de los vínculos que determinan las relaciones de América Latina con esos centros de poder. Por último, cuando los intercambios postnacionales incorporan junto a los habituales académicos a escritores, editores, críticos o agentes culturales, no se problematiza el concepto de intelectual, de forma que, aunque no siempre se excluyan los móviles políticos, la definición de élite manejada en esos trabajos parece ser más etimológica, si bien menos histórica, entendiéndolos como individuos meramente abocados a la producción y divulgación del conocimiento.

En contraste, los estudios sobre redes en el ámbito literario escritos desde y sobre América Latina parecen respaldar fructíferamente la dimensión social del intelectual, prolongando la tradición iniciada en Francia por Émile Zola con el “Caso Dreyfus” en el siglo XIX, y cuya extensa estela posterior puede rastrearse en figuras como Antonio Gramsci, Jean-Paul Sartre, Edward Said, Frantz Fanon, Rigoberta Menchú o Elena Poniatowska entre tantos otros a lo largo del orbe. Por otra parte, es necesario resaltar que existe en ciertos trabajos un interés por definir teoréticamente qué se entiende por red intelectual, algo infrecuente en las mencionadas antologías foráneas, donde la red continúa funcionando como mera metáfora o imagen no problematizada ni sistematizada. En definitiva, la particular historia intelectual del continente, sus fuertes “constreñimientos estructurales” actuales (Svampa Reference Svampa2002, 14), así como la formación científico-social que subyace detrás de buena parte de los estudios sobre redes intelectuales en la región, ilustran algunas relevantes demarcaciones de los estudios de redes en la literatura latinoamericana respecto a la bibliografía extranjera.

Merece la pena apuntar, sin embargo, que la influencia, de un lado, de una crítica internacional actual que con frecuencia restringe el concepto de intelectual al circuito académico, así como el peso de una bibliografía regional que lo reduce exclusivamente a su dimensión política, del otro, han conducido a una zona de la bibliografía latinoamericanista a diferenciar, según se observa, entre los tejidos sociales intelectuales frente a aquellos literarios, artísticos o culturales. Tal movimiento, si bien meritorio, ha incrementado a nuestro parecer la indeterminación en el campo, pues no siempre la frontera entre lo que se entiende por red intelectual o red literaria es nítida: sírvanse de ejemplo el uso que Fernández Bravo y Maíz (Reference Fernández Bravo and Maíz2009, 26) hacen del término “redes culturales”, el cual definen inicialmente como las “religaciones en la literatura”, pero que más adelante se revelan orientadas a la articulación política de “cierta de idea de América Latina”, “antiimperialista y de “identidad social americana”; o bien la utilización del propio Fernández Bravo (Reference Fernández Bravo2009, 11) en un artículo posterior, donde emplea indistintamente ambos términos como sinónimos.

Otros trabajos, por el contrario, parecen adscribirse al acuerdo nominal tácito entre la interpretación política implícita en el intelectual frente a la que es primordialmente cultural, como puede verificarse al contrastar la suma dirigida por María Clara Bernal (2015, 2), quien al emplear la expresión “redes intelectuales” subraya el interés por el eje arte-política, insistiendo en “cómo las redes […] fueron innovadoras [enfrentándose] al impulso tradicional de buscar modelos extranjeros de pensamiento”. En la otra dirección, el volumen editado por Zamorano Díaz (2018), opta consecuentemente por utilizar la acepción de “redes culturales” para denotar su interés en las tendencias y tomas de posición como “objetos en sí”, dentro del siempre relativamente autónomo espacio artístico. Footnote 17 En otras ocasiones, trabajos relevantes de la historia cultural-filosófica omiten incluso el término redes, prefiriendo marcos conceptuales afines como el de la recepción y los desplazamientos centro-periferia, como ilustra Clara Ruvituso (Reference Ruvituso2015).

Más allá de esas (in)equívocas delimitaciones, el panorama de los estudios literarios de redes latinoamericanistas se encuentra fracturado también por su lugar de enunciación disciplinaria. Es así como el debate historiográfico acerca de la afiliación a la historia de las ideas o la historia de los intelectuales, Footnote 18 se ha trasladado también a esta arena: así, tanto Devés-Valdés (Reference Devés-Valdés2007) como Biagini (Reference Biagini2017) afirman claramente su adscripción a la primera ala, mientras que Fernández Bravo y Maíz (Reference Fernández Bravo and Maíz2009, 12) suscriben que las voces individuales de los integrantes de la red son su objetivo principal, inclinándose entonces por la “historia de los intelectuales”. Como si no fuera posible encontrar “puntos de consenso” entre ambas perspectivas —cuando la rama de la “historia intelectual” precisamente condensa que sí es posible tal equilibrio— esas posturas pueden presentarse como irreconciliables, conduciendo a Biagini a afirmar que la “historia de las ideas” se “diferencia de la cosmovisión neoliberal” encubierta en la “historia intelectual” (Biagini Reference Biagini2017, 11–12). Tal conflictual escenario provoca entonces, como veremos más adelante, estudios focalizados o bien exclusivamente en una lectura interna, o bien en una externa o biográfica de los entramados literarios estudiados, como resultado de debates que no solo encierran confrontaciones y sesgos de perspectiva y método, sino adhesiones a academias o instituciones concretas que socaban la deseada imparcialidad crítica.

A consecuencia, puesto que como señala Di Pasquale (Reference Di Pasquale2011, 82) la adopción de la “historia de las ideas” subraya el privilegio de ciertos “filosofemas” o “ideas-unidades” derivadas del pensamiento político, esta primacía de lo ideológico se constata en los trabajos del propio Biagini, Devés-Valdés, Melgar Bao, o Germán Alburquerque. No obstante, aunque en principio esa escuela se declare afiliada a la teoría poscolonial o la teología de la liberación (Biagini Reference Biagini2017, 15), resultan paradójicamente infrecuentes las propuestas provenientes de la teoría cultural poscolonial o de los estudios culturales como los de Walter Mignolo, Santiago Castro-Gómez o Néstor Canclini. De hecho, son los adeptos de la “historia de los intelectuales”, en el “otro bando”, más volcados a la investigación de figuras enlazadas con la producción y difusión cultural, quienes sí han recurrido a estos paradigmas epistémicos (Fernández Bravo Reference Fernández Bravo2009, 23; Merbilhaá Reference Merbilhaá2012, 4).

La elección entre una “lectura interna” y una “lectura externa” también está presente en la discusión bibliográfica. Localizada en La marche des idées: Histoire des intellectuels, histoire intellectuelle de François Dosse (2003, 14), esta distinción diferencia el examen eidético propio de la historia de las ideas (“lectura interna”), de la exégesis centrada en los “recorridos” e “itinerarios sociales” del pensamiento (“lectura externa”), asociado a la historia de los intelectuales, aunque Dosse se declara partidario de la yuxtaposición de ambas perspectivas, identificada con la historia intelectual. Como antes comentábamos, dentro de los trabajos sobre redes intelectuales latinoamericanistas, especialmente aquellos que focalizan tangencial o centralmente la literatura, la afiliación a alguna de estas ramas historiográficas suele traer consigo el respaldo de una u otra perspectiva de análisis, desplazando a un lado u otro la balanza: así, se cae en los riesgos del impresionismo o la abstracción de las condiciones de existencia de ideas y poéticas, convertidas en estructuras fijas e invariables para los análisis de tipo “interno”, mientras que, en el caso de la “lectura externa”, se incide en el exceso de biografismo de los escritores, o en la atención exclusiva a los “canales” a través de los cuales circulan las propuestas estéticas, focalizándose únicamente la mal denominada por Michel Foucault (Reference Foucault1997, 229) “subliteratura”.

Aun así, es preciso resaltar que algunos trabajos han conseguido desligarse de estas dicotomías, proponiendo la combinación de ambas lecturas (Merbilhaá Reference Merbilhaá2012), o bien señalando que “no es posible hablar de intelectuales sin hablar de ideas”, ni omitir tampoco los “hechos del discurso” con los que trabaja la historia intelectual (Myers Reference Myers and Myers2008, 33). Son precisamente estos enfoques simultáneos los que parecen interesarse en otras funciones de la red, como las relaciones entre las propuestas estéticas individuales de los escritores, los mecanismos de inserción de autores emergentes (Merbilhaá Reference Merbilhaá2012, 4–5), así como la ponderación de textos y figuras, cuya labor se restaura como agentes o mediadores para la visibilización y canonización de otros escritores, ejercicio a menudo encarnado en editores, publicistas, y agentes literarios concretos, que abren así derroteros fructíferos sobre procedimientos y operaciones inherentes al campo literario.

La indeterminación teorética se hace palpable, así mismo, en las superaciones que se adjudican al concepto de red en comparación con términos como generación, verbigracia, puesto que solo para algunos autores esta permite atender globalmente figuras de edades diferentes que compartieron conexiones y afinidades (Devés-Valdés Reference Devés-Valdés2007, 35). En esa misma línea, una “ventaja” similar ha sido apuntada por Devés-Valdés (Reference Devés-Valdés2007, 30) respecto a utilizar el concepto de red frente al de influencia, signado según el académico chileno por la “verticalidad Norte-Sur”, una propuesta que Fernández Bravo y Maíz (Reference Fernández Bravo and Maíz2009, 20) secundan en cuanto exhibe las asimetrías de ese intercambio, pero que está ausente en buena parte de la producción teórica restante. En ese sentido, son particularmente notables para nosotros las contradicciones dadas en el tratamiento de las categorías “red” y “campo”, pues si para Devés-Valdés (Reference Devés-Valdés2007) se trata de conceptos antagónicos, ya que la noción de Pierre Bourdieu enfatiza el conflicto o la competencia, mientras que la red prioriza la colaboración, esta designación no es compartida por otros autores, quienes o bien emplean indistintamente ambas nociones (Zanetti Reference Zanetti1994; Fernández Bravo Reference Fernández Bravo2011; Maíz Reference Maíz2013) o, incluso, sugieren las puestas en contacto entre campo y red, que Alburquerque (Reference Alburquerque Fuschini2001) considera extensión de la teoría de los campos, mientras que Merbilhaá (Reference Merbilhaá2012) asume como necesaria para un abordaje transdiciplinario.

Finalmente, a pesar de estas divergencias, consideramos que es posible trazar espacios de consenso, los cuales podrían servir de punto de partida para la superación de estas limitaciones. Por ejemplo, por regla general, existe un privilegio de una perspectiva plural o macro que interpreta la cultura como “instancia de elaboración colectiva del pensamiento” (Alburquerque Reference Alburquerque Fuschini2001, 308), permitiendo examinar a los agentes no solo desde sus atributos individuales, sino desde las microcomunidades que estos integran, explicando sus producciones parcialmente gracias a los “recursos materiales y espirituales” que la pertenencia a las redes les ha brindado (Molina Reference Molina2000, 402). También existe conformidad respecto a la visión transnacional, de manera que puedan estudiarse como un “todo” figuras ubicadas en diferentes regiones geográficas (Fernández Bravo y Maíz Reference Fernández Bravo2009, 19; Zó Reference Zó2011, 204), convirtiendo a los propios entramados de sociabilidad en “agentes internacionales”. Al mismo tiempo, el estudio de redes viabiliza las aproximaciones al Zeitgeist de una época determinada, iluminando acerca de las condiciones de producción y difusión de autores y obras, así como sus condiciones de enunciación (Merbilhaá Reference Merbilhaá2012, 4), y reconstruyendo itinerarios en un eje sincrónico y diacrónico (Zamorano Díaz Reference Zamorano Díaz2018, 12). Finalmente, como antes insistíamos, en los estudios latinoamericanistas la red es mayoritariamente vía para la construcción de un pensamiento regional, modulándose así como elemento “aglutinador continental” (Alburquerque Reference Alburquerque Fuschini2001, 308), como “proyecto integracionista” (Devés-Valdés Reference Devés-Valdés2007, 74) o de “unión continental” (Biagini Reference Biagini2008, 64), así como “amalgama” para lo que llamamos “literatura latinoamericana” (Zanetti Reference Zanetti1994, 489), y plataforma para la “materialidad de la idea de América Latina” y su construcción de “destino común” (Bergel y Martínez Mazzola Reference Bergel and Myers2008, 121–122).

¿Redes literarias o redes intelectuales? Algunas propuestas

La cita de Jorge Myers (Reference Myers and Myers2008, 37) que abre la sección previa pertenece a un fragmento mayor que por su idoneidad en esta sección reproducimos: “Una historia de los intelectuales latinoamericanos, ¿podría centrarse sólo en el papel político de las élites culturales? Este enfoque, que se apoya en una dimensión básica de la definición social de los intelectuales, probablemente sea hoy el más extendido. […] El hecho es, sin embargo, que los intelectuales no son actores políticos sino en ocasiones. […] Se los encuentra muchas veces enrolados y divididos en el debate cívico. Pero ellos producen también escenarios propios, de menor escala, espacios creados por grupos y redes de congéneres (sociedades de ideas, movimientos literarios, revistas)”.

Este comentario de Myers apunta a dos cuestiones centrales, intrínsecamente vinculadas al estado del arte de las redes intelectuales: la primera registra que el estudio de las élites culturales es esencial para los escenarios propios de los agentes de la cultura, que podríamos llamar campos o espacios culturales; el segundo asunto, por su parte, remarca que el estudio de los intelectuales no debe reducirse al terreno político. Es así como la postura de Myers, con la cual coincidimos, subraya a la vez una de las mayores prerrogativas de estudiar la literatura de la región desde la óptica de las redes, pero insinúa también una de sus principales restricciones hasta la fecha.

Como han evidenciado las páginas precedentes, la perspectiva de redes intelectuales ofrece fértiles abordajes a los investigadores de literatura. Desde la visión holística o de distant reading, que en el plano epistemológico permite analizar el papel desempeñado por medios y agentes en la formación de tendencias y movimientos; la revalorización de textos y figuras; las lecturas transnacionales, postnacionales, transatlánticas, o transpacíficas que rastrean cómo se producen e hipervinculan autores y saberes; la reconstrucción de contextos y espacios nacionales en los que germinan y difunden obras; en adición a la descripción crítica del funcionamiento y estructura del espacio literario, ese universo relativamente autónomo que está más allá o a la sombra de los libros, pero cuya existencia no solo es incuestionable, sino fundamental para entender cómo y por qué leemos ciertos textos. En su propia esencia, el abordaje de las redes en el análisis literario implica, en definitiva, un rebasamiento: en primer lugar, de las fronteras nacionales o incluso regionales; en segunda instancia, de los deslindes etarios o socio-profesionales; y, en tercer lugar, de la especialización disciplinaria que se limita a los lindes exclusivos de las páginas, ampliándose al circuito que las rodea, así como a otros discursos artísticos.

Considerando el panorama previo, es precisamente por la actual incompletitud del enfoque, por las restricciones evidenciadas en el diálogo entre redes intelectuales y la literatura, que evaluamos al área como un campo en construcción. Esto es, en primera instancia, porque la revisión crítica precedente manifiesta el claro privilegio en una abundante zona de la bibliografía de los atributos cívico-ideológicos de las élites, ejercicio; y, por otra parte, distintivo de las circunstancias históricas de la intelectualidad del subcontinente, pero que al trocarse unívoco objeto de estudio elude otras propiedades y especificidades de la producción, circulación y recepción literaria. A consecuencia, también las líneas de fuga inherentes a una aproximación interdisciplinar como la de redes, quedan restringidas por tales imperativos, haciendo que los posicionamientos políticos o las inscripciones dentro de ciertas ramas historiográficas, tracen límites sobre qué tipos de medio, qué clase de agentes, o desde qué lugar deben leerse los entramados sociales del saber en el subcontinente. En tercera instancia, estas restricciones pueden alcanzar así mismo sus propios objetos de estudio, en ocasiones presentados como irreconciliables, a pesar de que lo que define a la intelligentsia sean precisamente sus enunciados sobre la realidad y, en el caso que aquí nos atañe, sobre el arte, de manera que la tríada intelectuales-ideas-discursos se fuerce a una inorgánica fractura por la segmentación entre lecturas internas y externas.

Aun así, ampliando los comentarios críticos previos, es necesario aclarar que creemos que ese mayoritario interés por lo político excluye con frecuencia lo micropolítico. Cuestiones de género, clase social, etnia, lenguaje, u orientación sexual, centrales en las agendas contemporáneas y por ende en la literatura latinoamericana reciente, han sido escasamente exploradas, adoptando, en consecuencia, una noción algo anacrónica que aparta de la esfera pública lo antes pensado erróneamente como personal o privado. Los entramados sociales fundados en la sororidad femenina, la identidad sexual o racial, evidencian la existencia de potentes comunidades que enhebran tanto el campo literario como el académico, así como las propias poéticas y producciones estéticas pretéritas y contemporáneas, cuyo conocimiento podría enriquecerse sustancialmente desde la perspectiva de redes.

También, en otra dirección, la sistematización de las metodologías empleadas se vislumbra también como proceso en curso: si bien esta perspectiva se presenta como simbiosis entre la teoría de redes sociales y las ramas eidéticas de la historia, los estudios suelen inclinarse claramente por esta segunda rama, adoptando escasamente las herramientas del análisis sociológico. De esta forma, consideramos que una perspectiva eminentemente multidisciplinar como la de redes en literatura se comporta a menudo disciplinalmente, pues se hace depender su objeto de estudio de la historiografía o las ciencias políticas, y se relega a un segundo plano la teoría e historia de la literatura, la sociología de la cultura, así como el conjunto de instrumentos y métricas consolidadas durante las últimas cuatro décadas por el análisis de redes sociales, a excepción de algunos trabajos. Footnote 19 Así, lo predominante es un empleo metafórico de la red que solo ocasionalmente rebasa diagramas como los de la sociometría de Jacob L. Moreno en las primeras décadas del siglo XX, y que autores como Barry Wellman, Stanley Wasserman y Katherine Faust, John Scott, o Carlos Lozares coinciden en ubicar en la prehistoria de la teoría de redes sociales. Footnote 20 Además de Molina, solo otros pocos autores como Zanetti, Devés-Valdés o Claudio Maíz han recurrido a la representación gráfica, aunque no siempre de forma efectiva, como señala Merbilhaá (Reference Merbilhaá2012, 4).

Por esto último, consideramos que la bibliografía sobre redes latinoamericanistas ha incurrido en un abandono gradual de la metodología de redes sociales, concentrándose en la historia política, social o cultural y, más raramente, en la sociología de la literatura, de forma que en el volumen de Zamorano Díaz, por ejemplo, no exista ya ninguna investigación que emplee esas herramientas, transformación sorprendente considerando la popularidad creciente de las Humanidades Digitales. Finalmente, la indefinición del empleo de redes intelectuales, culturales o literarias, no solo anula la historia conceptual detrás del vocablo intelectual para definir a los productores del conocimiento que intervienen en la esfera pública, sino que limita las posibilidades de existencia de un metalenguaje consolidado.

Finalmente, en lo referente a la selección de literatura latinoamericana propiamente, el corpus de obras y autores analizados revela un predominio claro de ciertos rangos temporales concretos, los cuales circunscriben las orientaciones socio-profesionales de los actantes. En el primer caso, un número mayoritario de artículos y volúmenes se concentra, o en las producciones de la segunda mitad del siglo XIX, o bien en las de las primeras décadas del siglo XXI, de forma que son el movimiento romántico, el modernista o, en menor medida, las vanguardias artísticas, las tendencias examinadas. No obstante, algunas aproximaciones, reunidas por Maíz y Fernández Bravo, Bernal o Zamorano Díaz se extienden en el tiempo, aunque sin rebasar el arco de la década de los ochenta. Ya sea porque ese rango temporal es especialmente fértil si se analiza la literatura desde el enfoque integracionista y la formación de estados nacionales priorizado por esos estudios; ya sea porque es precisamente en ese límite donde se fija la muerte del intelectual, delineando nuevos modelos como el intelectual mediático o el académico; o bien porque la atención a estéticas más contemporáneas entraña limitaciones como las de los derechos de autor, la ausencia del recurrido corpus epistolar o, inclusive, por la tarea de riesgo de enfocar autores y obras no canónicas, resulta palpable la ausencia de estudios sobre literatura de los últimos cuarenta años. Footnote 21 Así mismo, considerando la laxitud e informalidad prototípica de las redes literarias, es posible que ese espacio crítico vacante responda a las limitaciones metodológicas y/o tecnológicas comentadas antes, en un mundo actual donde las redes de autores y agentes culturales fluyen a través del espacio virtual —blogs, Facebook, Instagram, Twitter—, requiriendo su estudio de instrumentos distanciados del análisis tradicional. Footnote 22

Coda

En las páginas previas revisamos el panorama de las redes intelectuales latinoamericanas en los estudios literarios, presentando ulteriormente un conjunto de críticas y propuestas. Desde los primeros acercamientos hasta su estatus actual, la trayectoria de esa óptica epistemológica se exhibe como perspectiva fértil que, si bien no demasiado extendida, cuenta con un núcleo de instituciones, publicaciones, así como nichos investigativos demarcados. No obstante, atravesada por una multiplicidad de posiciones, esos análisis se ubican en un territorio rasgado, escindido por la divergencia de abordajes y metodologías: de la indefinición taxonómica, a los itinerarios entre distintas ramas historiográficas y la (escasa) metodología de redes sociales o digitales, así como de la exégesis interna a la externa. Junto a esta indeterminación, se detecta una clara determinación de los períodos culturales analizados apuntando, en este caso, a un estrechamiento de los objetos de estudio, que desoye voces y tendencias más contemporáneas, así como alianzas micropolíticas o determinadas zonas geográficas.

Si bien compilaciones recientes, como la mencionada de Maíz y Fernández Bravo y especialmente la de Zamorano Díaz, abren nuevos espacios para la perspectiva de redes en los estudios literarios latinoamericanistas, la imbricación del análisis textual y paratextual, el empleo de herramientas digitales, la superación de los límites temporales, sociales y regionales habituales, pero, sobre todo, el acercamiento, en su especificidad, de las producciones, medios y agentes literarios per se, resulta imprescindible. Así pues, un campo en el que se mantenga el término redes intelectuales en detrimento de otras variantes, pero con la necesaria ampliación del concepto de intelectual de cara al campo literario, entendiéndolo en su dimensión social en lugar de la exclusivamente política, sería el punto de partida para la reformulación de esta área de estudios. En este hilo, la imbricación de lecturas internas y externa —que ausculten tanto las obras artísticas como el espacio histórico en que estas se inscriben—, así como la incorporación de métodos provenientes de las ciencias sociales con énfasis en las posibilidades ofrecidas por las Humanidades Digitales, contribuirán asimismo a la redefinición de este enfoque. Tales premisas —que entienden las redes como categorías complementarias al campo—, permitirán abrir el espectro geográfico a las asimetrías que determinan el campo regional, así como a las tendencias estéticas más recientes, tejidas a través de redes digitales, micropolíticas o de género, que podrían decir más sobre el hecho literario latinoamericano, sobre sus condiciones y singularidad. Así, estos nuevos itinerarios investigativos estarían allanando, actualizando, la no tan nueva ruta iniciada por Ángel Rama treinta años atrás.

Footnotes

1 Este amplio perfil socio-profesional no solo responde a las múltiples definiciones de “intelectual” enunciadas por Julien Benda (Reference Benda1927), Antonio Gramsci (Reference Gramsci1960), Jean-François Sirinelli y Pascal Ory (Reference Ory1986), Edward Said (Reference Said1994) y Roger Chartier (Reference Chartier and Ferrari1992), sino también a la categorización de Devés-Valdés, para quien la noción de intelectual comprende a quienes ejercen la investigación y la docencia a nivel superior, así como a escritores, políticos, diplomáticos, profesionales liberales y líderes sociales (Devés-Valdés Reference Devés-Valdés2007, 45).

2 Aludimos al ensayo de Ángel Rama “La modernización literaria latinoamericana (1870–1910)”, publicado en 1983 en la revista Hispamérica.

3 El análisis de redes sociales surge como reacción a la perspectiva atributiva, postulando que las relaciones (enlaces) entre los actores (nodos) son quienes definen la sociedad. Surgida en las primeras décadas del pasado siglo, se desarrolla durante la postguerra siendo John Arundel Barnes el primero en emplear el término de “red social” (Barnes Reference Barnes1954, 43). Con la introducción de herramientas provenientes de las Matemáticas y las Ciencias de la Computación, se sistematizará en la década de los setenta, como puede leerse en trabajos de referencia de Stanley Wasserman y Katherine Faust (Reference Wasserman and Faust1994), Barry Wellman (Reference Wellman1997), John Scott (Reference Scott2000), o Mark Newman (Reference Newman2018).

4 Muy emparentadas entre sí, la historia de las ideas, la historia de los intelectuales y la historia intelectual son ramas historiográficas “ricas” pero “difusas” (Rorty Reference Rorty1984, 68), y aunque en principio la primera se encarga de las unidades del pensamiento, la segunda de sus productores y difusores, mientras que la historia intelectual combina ambos enfoques, las fronteras no siempre están delimitadas, como puede revisarse en Pascal Ory y Jean-François Sirinelli (1987), Robert Darnton (Reference Darnton1990) o Roger Chartier (Reference Chartier and Ferrari1992), François Dosse (Reference Dosse2007) o Michel Winock (Reference Winock and Herrera2010).

5 Como se sabe, el concepto de transculturación fue acuñado por el antropólogo cubano Fernando Ortiz en Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar en 1940, mientras que la noción de heterogeneidad sería desarrollada por Antonio Cornejo Polar (1994) en Escribir en el aire: Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural de las literaturas andinas. En su artículo, Fernández Bravo sostiene que ambas categorías pueden ubicarse en la prehistoria de las redes intelectuales del subcontinente, si bien nosotros consideramos que estas se refieren más a las transferencias dadas por la multiplicidad de tradiciones convergentes en las identidades regionales, atendiendo menos a los sujetos que encarnan tales intercambios.

6 La conciliación de ese origen de los estudios de redes intelectuales latinoamericanistas puede leerse en autores como Susana Zanetti (Reference Zanetti1994), Jorge Myers (Reference Myers and Myers2008), Álvaro Fernández Bravo (Reference Fernández Bravo2011), Ramiro Esteban Zó (Reference Zó2011) o Claudio Maíz (Reference Maíz2013), quienes insisten desde diversos enfoques en atribuir a Ángel Rama la paternidad de la perspectiva.

7 Para Zanetti (Reference Zanetti1994, 489) la religación consiste en “los lazos afectivos condensados de muy diversos modos a lo largo de la historia, más allá de las fronteras nacionales y de sus propios centros, atendiendo a un entramado que privilegia ciertas metrópolis, determinados textos y figuras, que operan como parámetros globalizantes, como agentes de integración. Anudando detalles y vertebrando encuentros, lecturas, correspondencia”.

8 Un emblemático artículo de Barry Wellman (Reference Wellman1997, 50) sobre la evolución de la teoría de redes sociales denomina precisamente “metáfora” al período que precede al empleo analítico de la red, cuando aparecen “una batería de conceptos, métodos y técnicas” que la construyen como paradigma.

9 “Las Relaciones Literarias”, publicado por Ernesto Mejía Sánchez (Reference Mejía Sánchez1966, 193), se basa en las interrelaciones entre “autores, obras, géneros, épocas, corrientes, movimientos y países del continente” recurriendo a los métodos de análisis filológico-tradicionales. Es destacable, no obstante, su afirmación, que no considera necesario argumentar, de que la idea de relacionar parece más cordialmente americana que la de comparar, pues esta siempre entraña “algún ánimo de presunción egoísta y no de comprensivo humanismo”, postura cuya “resaca” llegará hasta los estudios actuales.

10 Molina emplea y aplica algunas de las métricas mencionadas de la teoría de redes. Su trabajo se acompaña, además, de diversas tablas que sintetizan las formas de comunicación entre los participantes.

11 Un trabajo posterior de Molina retoma la afiliación directa a la teoría de redes de sociales, recurriendo a las categorizaciones de Michel Bertrand y Adrian Mayer (Molina Reference Molina2011).

12 Esta vinculación entre intelectualidad y política puede verificarse en una extensa bibliografía, comenzando por los volúmenes de Historia de los intelectuales en América Latina (2008–2010), así como trabajos previos sobre los orígenes del pensamiento latinoamericano: ¿Existe una filosofía de nuestra América? (1968), de Salazar Bondy; La filosofía americana como filosofía sin más (1980), de Leopoldo Zea; Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano (1981), de Arturo Andrés Roig; o La ciudad letrada (1984) de Ángel Rama. Todos insisten en aquel “aire de la calle”, y la “inexistencia de torres marfil” proclamaba por Alfonso Reyes (Reference Reyes1997, 83). Con independencia de las necesarias matizaciones, acercamientos ulteriores como los de Maristella Svampa (Reference Svampa2002, 14) o Carlos Monsiváis (Reference Monsiváis2007, 35) retomarán también esa idea, arguyendo que los “constreñimientos estructurales” del continente convierten al intelectual latinoamericano en un “investigador anfibio”, que encarna a la vez episteme y “pensamiento crítico”.

13 Desde la década del cuarenta, con el denominado Grupo Orígenes en Cuba, hasta los posteriores Grupo Barranquilla en Colombia, o la Generación del Medio Siglo en México, los entramados sociales entre literatos han continuado proliferando en las producciones estéticas de la región. Piénsese en ulteriores, como el grupo tras el Boom latinoamericano, o los “real visceralistas” en México, o la “Generación poética del 80” en Perú, por solo mencionar algunos.

14 La selección de ensayos de Devés-Valdés finaliza con una reflexión sobre los contactos internacionales en el foro del Tercer Mundo celebrado en 1973. Así mismo, en el volumen compilado en 2009 por Fernández Bravo y Maíz se incluye un artículo de Claudia Gilman titulado “El factor humano y una rivalidad histórica: Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal”.

15 A estas compilaciones podrían adicionarse el dossier “Episodios de la historia literaria de América Latina a partir de redes intelectuales y archivos”, organizado por Ramiro Zó y Claudio Maíz en la revista Palimpsesto en 2020.

16 En la compilación se recorren, por ejemplo, los enlaces de los historiadores franceses y alemanes nucleados alrededor de la revista Annales, o el circuito de científicos conectados al Instituto Pasteur en París, siendo claro el énfasis en la “historia de la indagación académica” (Charle, Schriewer y Wagner Reference Charle and Schriewer2006, 7). Así mismo, el volumen coordinado por Hans Bak y Céline Mansanti (Reference Bak and Mansanti2019, xvii) amplía el espectro de los agentes, revisando itinerarios como el de Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Waldo Frank o Victoria Ocampo, pero abordados como “agentes de transferencias culturales, gracias a sus viajes, pero también a sus publicaciones en revistas extranjeras y sus traducciones de literatura foránea” (“agents of cultural transfers, thanks to their travel but also to their publications in foreign magazines and their translations of foreign literature”).

17 Sobra decir, por supuesto, que no pensamos en un arte despolitizado o des-ideologizado, algo naturalmente insostenible, cuando sabemos que incluso el promulgado apoliticismo artístico suele ser un acto político afiliado al statu quo. Insistimos en que nos referimos al deslinde entre los análisis que entienden las producciones artísticas como elementos secundarios y aquellas otros atentos a la consolidación de movimientos, textos y figuras del terreno estético.

18 En ese mismo artículo, Biagini (Reference Biagini2017, 2–23) se enfrenta directamente a “la entusiasta gente de Prismas” y su pretendida confianza en el “derrumbe de las ideologías” y el “capitalismo salvaje”, aludiendo a miembros del Consejo de Dirección de esa revista, como Carlos Altamirano o Jorge Myers, compiladores de los dos volúmenes de la Historia de los intelectuales en América Latina que siguen tanto Maíz como Merbilhaá en sus artículos.

19 Se distancia de este dictamen el artículo de Alejandro Paredes (Reference Paredes and Maíz2009) titulado “Redes de coautoría entre Europa y Latinoamérica en la editorial Tierra Nueva (década de 1970)”, quien recurre a un software para visualizar los grafos dibujados por las redes. También un excelente artículo sobre el mercado editorial exhibe las posibilidades abiertas por las Humanidades Digitales (Gallego-Cuiñas, Romero-Frías y Arroyo-Machado Reference Gallego-Cuiñas2020), así como un reciente trabajo nuestro, centrado en las redes de sociabilidad de la publicación Babel: Revista de Libros (Rodríguez-Alfonso Reference Rodríguez-Alfonso2021). En otra dirección, el proyecto Revistas culturales 2.0 de la Universität Tübingen, exhibe igualmente las posibilidades de estas herramientas en el procesamiento de publicaciones periódicas.

20 No es posible aplicar así el balance de Pita González sobre los “extremos” dominantes en la perspectiva de redes intelectuales a los estudios latinoamericanistas (el empleo “metafórico”, de un lado, y el apego a la teoría de redes, por otro), pues allí solo priman los primeros. Prueba de ello es que ninguno de los ejemplos de Pita González con americanos (Pita González Reference Pita González2016, 9–11).

21 La desaparición del intelectual deviene tópico en las últimas décadas del siglo XX, con el fracaso en América Latina de los proyectos izquierdistas, el colapso del Bloque Socialista, amén del ascenso de los medios de comunicación masiva, junto a la especialización y reclusión de la institución universitaria.

22 Los mecanismos de visibilidad virtual en las redes sociales de escritores, obras y editoriales actuales —asunto abordado en otro artículo nuestro (Rodríguez-Alfonso Reference Rodríguez-Alfonso2022)—; los entramados de apoyo de actores literarios que integran comunidades femeninas, LGBT, indígenas, o afroamericanas en su lucha por el reconocimiento de sus derechos e identidades propias —enfocadas, por ejemplo, por perspectivas sociológicas o historiográficas anteriores (Fernández Galeano Reference Fernández Galeano2019; Alcañiz, Calvo, y Escolar Reference Alcañiz, Calvo and Escolar2020)—; las asociaciones escriturales trazadas desde la periferia hispanohablante frente al hegemónico mercado del libro anglosajón; o, finalmente, las redes de validación de géneros literarios considerados menores a escala global —como el relato o la crónica, pero que en América Latina cuentan con una consagrada tradición—, son algunos ejemplos de la aplicabilidad de esta reformulación de las redes intelectuales.

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